miércoles, 22 de febrero de 2017

Escritura creativa (I)

01/03/2017
Escritura creativa (I)
17:00-17:30
Algunas bases sobre la escritura narrativa y poética.
17:30-18:15
Ejercicio sobre la brevedad.
18:15-18:30
DESCANSO
18:30-20:00
Lectura y debate de los textos escritos por cada participante



A raíz de la película La vida de los otros de la pasada sesión, proponemos un ejercicio en el que cada participante pueda escribir (en verso o en prosa) una idea que le sugiera la literatura como salvación, como herramienta política, relaciones humanas, comunicación clandestina... o cualquier inquietud que nos haya despertado Florian Henckel von Donnersmarck. Podemos seguir los consejos de Alberto Chimal para vencer a la blancura de la página. El concurso "Relatos en Cadena" espera textos que empiecen con la frase "Cerró los ojos y sopló las velas". Hay plazo hasta el 2 de marzo. Por otro lado, si alguien quiere compartir lo que escribe, puede hacerlo en este blog o en el Fanzine que preparan Letras de Contestania, cuyo número piloto se presenta este sábado a las 19:30 h. en Alicante (en la El Impulso Heroico y la Dimensión Insondable). Hay tiempo hasta el 12 de marzo para enviar poemas, prosas, ilustraciones o fotografías con el tema "Nada en la nevera".
A continuación, adjuntamos algunos textos de los contertulios y, por último, el de escritura automática con el que de forma conjunta terminamos la sesión pasada.


COLECTIVO

Cuando el autobús se detuvo al cambiar el color de las luces, el chófer no inició la marcha. De repente vio que una ancianita atravesaba la calle y se cayó. En ese momento la gente no advirtió el accidente. La ancianita se levantó y, alzando su bastón, gritó airadamente a los viandantes y al chófer del transporte público. Subió al autobús e increpó a los pasajeros porque nadie bajó a ayudarla. 
           Me aproximo a la mujer e intento calmarla. La señora llevaba un carrito de la compra. Se le había caído la mitad de las cosas. En ese momento, volvió a cambiar la luz del semáforo. El autobús arrancó inesperadamente destrozando el carrito y todo su contenido, a lo que la anciana reaccionó: "¿Es el restaurante de comida rápida? -gritó al teléfono- "Me acaban de atracar". 
           La anciana tenía una enfermedad, alzhéimer o demencia senil, y no supo qué decir más. "Soy la reina de España, la de antes, Sofía", gritó; a lo que el pasajero que tenía al lado le replicó: "Pues yo soy republicano". El conductor, viendo el cariz que tomaban los acontecimientos, decidió acabar con la ancianita. Se aproximó a ella y le dijo: "Pero, ¿qué quiere? ¿Qué hace?". A nadie se le ha ocurrido llevarme a un hospital. 
           Entonces el conductor arrancó el autobús y se fue directo a uno (en Burgos).


PARAÍSO
Ana Daza

Cerró los ojos y sopló las velas,
sus manos se juntaron
para orar, su madre  lo miró con ternura y dijo:
Demos gracias a Dios por haber encontrado  un  lugar para dormir. Hijo mio!  es tu cumpleaños y estas en un sitio sagrado, si rezas  con devoción se  te cumplirá.
Al otro día, el párroco entró a  la iglesia y los vio dormidos  sobre
un banco, al intentar despertarlos se dio cuenta que habían fallecido.
El párroco afligido
se encargó de la sepultura  y de  colocar  una placa que decía:
" Estas almas inocentes,
duermen en el paraíso"


TEXTO SOBRE LA PELÍCULA LA VIDA DE LOS OTROS
Lane Rodrigues

Un espartano que se humaniza.
La "vida de los otros" se mezcla a la suya.
Mi análisis es sobre el silencio.
Los silencios que se transforman.
Antes, un silencio espía, de desconfianza, de pensamiento duro, de disciplina y censura, de serviliencia.
Después, transformándose en descubierta, lecturas de vida, de enamoramientos, de no estar tan atento a falsas condenas. Un silencio también de riesgos.
Para, al final, después de años de silencio, de otra vez la serviliencia, de un sinfín de tristes rutinas pero también con la conciencia limpia, tranquila, en ambos los sentidos, de deber cumplido, hay un silencio que se rompe con una sonrisa tímida y algunas palabras (escritas) de gran significado.


'LA VIDA DE LOS OTROS' ...Y LA MÍA PROPIA.

No sé si a ustedes les pasa, pero en mí es cosa frecuente, se me mezclan las cosas, lo de dentro y lo de fuera, lo que pienso y lo que oigo, lo que siento y lo que sucede, los sueños y las vigilias.
            Con la modorra de una copiosa comida entre amigos, medio dormido, me dispongo a ver "La vida de los otros": Un tipejo bastante despreciable martiriza a un hombre impidiéndole dormir durante 48 horas, mientras mis ojos luchan por no cerrarse en la penumbra de la sala multiusos. Parece que la película es un tratado de sadismo.
            Pero de repente todo comienza a cambiar. Una actriz muy atractiva capta la atención del protagonista torturador, y a partir de ese momento parece transformarse y humanizarse, al mismo tiempo que mi vecina de silla me ofrece un caramelito.
            El mundo parece distinto.
            Ahora estamos de un lado ella (mi vecina) y yo; y de otro el resto de tertulianos, el resto del mundo. El caramelo va disolviéndose en mi boca provocándome una profunda identificación con el estado de enamoramiento que el protagonista manifiesta. El protagonista comienza a vivir la vida de los otros como algo absoluto, como algo exclusivo, como una obsesión. Manifiesta incluso un toque de complicidad.
            Todo está en ella.
            Mientras froto mis manos, como una manera de canalizar toda la emoción que la pantalla me transmite, mi tacto me devuelve la sensación de su piel (la de ella: desde la nuca, pasando por sus pechos, sus muslos, hasta su sosegada y amable espalda)
            Cuando la actriz, se lanza a las ruedas de un camión al no soportar la culpa de la traición cometida, mi corazón se encoje y por un instante creo ser yo el que le está diciendo en el suelo que la máquina de escribir la había cambiado de sitio para que no recayera sobre ella culpa alguna.
            Todo es tristeza. El desamor como un inmenso vacío lo inunda todo. Ya nada tiene sentido.
            La última frase de la película "es para mí" sigue resonando en mi cabeza, cuando la luz de la sala se enciende e intento disimular mis lágrimas ante esa mujer de mi lado,             tan distante.
            Por los comentarios de los tertulianos percibo que se trata de una gran obra pues nadie habla de la película, hablan de sus personajes como seres reales, se les atribuye bondad o maldad, todos los asistentes opinan con la seguridad que las cosas alcanzan cuando uno las ha vivido.
            Luego, en mi casa, la wikipedia me descubrirá que Jenny Gröllmann, la que fuera esposa del protagonista (Ulrich Mühe), antes de la unificación de Alemania, durante los seis años de su matrimonio, cooperó con el Ministerio de Seguridad Estatal (Stasi).
            No sé si a ustedes les pasa, pero en mí es cosa frecuente, que la realidad esté también en la ficción.


LA MIRILLA
Ignacio Ballester

Mi hija llegó con los mofletes rojos aquella noche, minutos después de la una y media. Estaba algo agitada. Me confesó que venía del apartamento de un miembro de la Stasi. Enseguida me di cuenta de que se trataba del espía que había visto desde la mirilla. Cogí el cable que les había sobrado aquel día y lo coloqué en la buhardilla, a medio metro de las raídas maderas que protegían el hueco por donde ese hombre vigilaba la llegada de la actriz.
            Cuando dispuse todo con cautela, me duché y dejé el edificio rumbo a la Iglesia. No me dio tiempo. Justo al salir, un cuerpo gris, ya inerte y frío me quebró la columna. Ahora me recupero en una clínica, al otro lado del muro. Y escribo este informe como prueba de que ese hombre no era tan bueno.


PERSONAJES SECUNDARIOS
Marisa Cossovich

Ella era el centro y el eje, a cuyo alrededor giraba todo y todos los demás. A todos atendía y de todos se ocupaba, con premura unas veces, con agotamiento otras, pero intentando responder a las exigencias de cada momento, de cada etapa, de cada faena, de cada uno. 
Hasta que el tiempo, marcando los pasos, fue cerrando etapas y un día pasó a ser personaje secundario. Al que había que buscarle un sitio, para que no perturbe la cotidianeidad de la vida de los otros. Un refugio tranquilo y seguro donde ir cerrando lentamente los párpados cansados y gastados. Y lo aceptó con la misma sencillez con que aceptó y enfrentó los desafíos que jalonaron su vida
Personaje principal. Personaje secundario. Entre uno y otro, toda una vida, muchas luchas, algunos logros, varios fracasos y tres hijos. Se llamaba María. Heroína anónima que no figura en los libros de historia (como tantas otras) pero que pervive en su legado y en quienes vieron en ella un modelo a seguir.
Hoy he pensado en ella, merced a las palabras de un pobre hombre que afirmó que “Las mujeres son más débiles, más pequeñas y menos inteligentes”. No conozco a este… hombre? ( ni tampoco interesa, claro está), al que le pusieron o se puso un alto cargo en un alto organismo, lo cual me lleva a cuestionar lo de las alturas de la gente y de las instituciones que alimentan este tipo de “elementos”. Pero afortunadamente, hay muchas Marías en este mundo, que no necesitan palabras para reivindicar su condición, es suficiente leer sus trayectorias por la vida, a través de las cosas simples unas veces, y durísimas otras, para entender la diferencia entre personajes principales, personajes secundarios y “personajes” (así entre comillas).

“SONATA PARA UN HOMBRE BUENO”
Fernando Villamía

            -¿Se lo envuelvo?
            -No, gracias, es para mí.
            Por un instante una sonrisa iluminó aquel rostro sumarísimo y severo, de aristas duras y mirada glacial. Hacía mucho tiempo que no sonreía. Tampoco había tenido muchos motivos para ello. Su vida había discurrido por el áspero camino de la entrega; había vivido como una especie de monje guardián del socialismo. Esa había sido su religión. Y se había entregado a su difusión y defensa con el fervor del apóstol. Había combatido con esmero a sus enemigos y a los traidores que, desde dentro, pretendían liquidarlo. Ahora sabía que había empuñado un espejismo. Lo supo en el mismo instante en que vio a Christa Maria bajarse del coche del ministro Hempf. Vivió ese momento como un cataclismo interior, como una suerte de catástrofe íntima que desbarató de golpe sus convicciones y convirtió su vida en una historia sin sentido. La utopía se había degradado a desengaño y, en muy poco tiempo, su más alto ideal quedaría triturado por las muelas implacables de la historia.
            Quienes lo conocieran resumirían su vida como un archivo de calamidades y desgracias. Había acumulado tal capital de infortunios, que le había quedado un gesto de estupor en el semblante y aquella escarcha de tristeza en la mirada. De capitán de la Stasi con futuro prometedor se había convertido en simple soldado de tarea menestral y función subsidiaria. Y, por si eso fuera poco, había acabado repartiendo propaganda comercial. Él, nada menos que él, un sacerdote del socialismo rebajado al escalón más bajo del capitalismo: repartidor de la propaganda más ínfima del sistema. Pero él sabía que no era así. Donde los demás veían la pendiente de su deterioro él reconocía un camino de perfección. Había descubierto el íntimo temblor de la poesía, el extraño sacudimiento de la música, y ya había quedado convertido para siempre en rehén de la belleza. En ese mundo, una vez que se entra, ya no se sale. Pero toda gracia se paga con  desgracia; todo don tiene su cuota de dolor. Para él estaba claro: había tenido que perder el brillo para ganar la luz. Pero había salido ganando en el trato. Había tocado la vida de los otros, había entrado en aquel círculo mágico y había quedado tocado para siempre por aquel deslumbramiento. Y como en todo deslumbramiento, también en aquel había una parte de iluminación y otra de ceguera.
            Con el libro apretado contra el pecho se dirigió a su casa. Renunció a la cena porque ansiaba empezar con la lectura. Se sentó con el libro entre las manos. Lo manejaba con un cuidado infinito. Se detuvo con arrobo en la portada. Leyó el título, Sonata para un hombre bueno, y lo repitió una y otra vez como una oración. Leyó el nombre del autor, Georg Dreyman, y se sintió concernido por ese nombre, como si también lo nombrara a él. A fin de cuentas, podía decirse que él había vivido la vida de Dreyman, que la habían vivido entre los dos. Poco después, con una lentitud en la que ya venía empezado el placer, abrió el libro y buscó la dedicatoria, A HGW XX/7, con mi agradecimiento. La leyó una vez más, y cerró los ojos para verla mejor. Luego, con un cuidado extraordinario, pasó la mano por aquellas palabras como si accediendo a ellas con el tacto, acercándose a ellas con la piel, fuera a dársele la clave secreta de aquel milagro que estaba levantándose en su corazón, de aquella feraz vibración cordial, de aquella íntima alegría que en ese momento estaba sintiendo. Repitió en silencio la dedicatoria y estuvo a punto de llorar.
            Empezó a leer y ya no pudo detenerse. Allí estaba su más verdadera vida, contada con las únicas palabras que podían descubrirla. Con palabras en las que cabían, al mismo tiempo, la humillación y el encumbramiento, el fracaso externo y el triunfo íntimo, el desaliento y el éxtasis. Dreyman contaba su vida como le hubiera gustado contarla a él. Ahora entendía lo que quería decir aquella frase de un filósofo español que había oído una vez: “Todo gran poeta nos plagia”. Dreyman le había plagiado a él, porque había acertado a decir lo que él sentía pero no lograba expresar.
            Leyó sin cesar, con entusiasmo creciente, advirtiendo que la expresión no se superponía a la experiencia, sino que la culminaba. Que su vida contada era su vida vivida. Que la verdadera vida quizá fuera la literatura. Leyó y releyó una y otra vez, en voz alta y en voz baja, del derecho y del revés, repitiendo a veces las palabras, recreándose en su lenta hermosura… Leyó la novela entera tiritando de emoción en cada sílaba, reconociéndose en cada palabra. Amanecía cuando llegó a la última página. Se levantó con el libro todavía entre las manos, y se asomó a la mañana. La luz tenía a esa hora una cualidad de sueño, una impronta inmaterial. Y traía de contrabando la única justicia de este mundo: la alegría. Parecía un milagro. Por primera vez en mucho tiempo, había amanecido un día limpio y claro como estaba ahora su corazón. No sentía cansancio, sino una suerte de pureza, .

            Dejó el libro sobre la mesa, con una media sonrisa que todavía tenía esquirlas de amargura. Se duchó, desayunó  y cogió el carrito de la propaganda. Abrió la puerta de la calle y salió a la mañana recién lavada. Y, de una manera que no entendía del todo pero que no dejaba duda, supo que no era en vano. 

LA MÚSICA SÍ QUE PUEDE
Carlos Brandolini

¿Puede la música transformar a la persona? Si desarrollamos un proceso continuado de aprendizaje de conocimientos del saber musical, nuestra sensibilidad se enriquecerá llevándonos a mayor disfrute del arte sonoro. Aceptando como válida esta conclusión, me pregunto cuál ha sido la razón por la que el protagonista de la película “La vida de los otros” llora cuando el autor teatral interpreta al piano aquella sonata. El personaje al que me refiero es un hombre taciturno, solitario, de cuya vida nos vamos enterando a través de pasajes muy simbólicos como aquellos cuando se prepara su cena en solitario o cuando le ruega a la prostituta que prolongue otro rato su compañía. Corresponde ahora concluir si puede ser válida la afirmación de que llora al escuchar la interpretación al piano, obrando la música como única causa. Es más convincente pensar que siendo un fiel cumplidor de la Doctrina Oficial y un convencido trabajador de la Stasi, ha estado durante sus doce horas diarias de turno escuchando palabras recogidas por los numerosos micrófonos escondidos a lo largo del piso que le han permitido adentrarse en el conocimiento de estos artistas y desde allí va pasando a respetarlos y a coincidir con algunos pensamientos de esta pareja que le llevarán a la postre a traicionar las directivas de su jefe arriesgando su libertad para salvar la de la pareja de artistas. El autor busca la forma de expresar esos cambios de los pensamientos del agente de la Stasi y recurre para ello a la escena en que corren por sus mejillas las lágrimas que caen mientras escucha la música. Esas lágrimas vienen a expresar sus cambios y no están referidas a la belleza de la sonata. Más bien pienso que en ese momento afloran sentimientos de culpa por el daño que está haciendo a los artistas disidentes. La música tiene esa condición maravillosa de traernos recuerdos muy emotivos y si escuchamos ciertas composiciones podemos asociarlas a estos recuerdos y llegar a disfrutar con intensidad por los recuerdos que nos trae más que por la sola calidad de la obra. La memoria a la cual se asocia una melodía está dotada casi de eternidad. De no ser así quien me puede aclarar por qué muchas veces lloro al recordar la muerte de mi hermano cuando suena el tercer movimiento de la tercera sinfonía de …. Perdón, es que no me acuerdo el apellido del compositor

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